Resumen de los capítulos anteriores:
Ery es una chica
tímida, a la que le cuesta hacer amigos. No ha tenido una vida fácil, su madre
pasa la gran parte del día trabajando y con su padre no habla desde que se
marchó de casa. Sus principales pilares son
Hugo y Noa. Otra de sus grandes amigas es Liss, la encargada de la
biblioteca, lugar donde Ery pasa casi todas las tardes junto a David, un chico
inteligente con el que comparte su pasión por lectura. Ery, cansada de la monotonía, decide crear un blog en el que contar las historias que desde hacía meses escribía en un pequeño cuaderno azul. Poco a poco el blog va cogiendo fama en el mundo de internet.
Como cada año, el
instituto realiza un baile de estilo americano al que acude Ery acompañando a
Noa y Hugo decide acompañar a David, ambos convertidos en pareja. En el baile
Ery conoce a un chico, Nick, con el que
se queda embobada. El problema llega cuando Ery es consciente de que no tiene ninguna forma de contactar con él, aunque por suerte Nick había dejado su número en el vestido. Decide llamarlo y acaban quedando, no sin la ayuda de Hugo, que ese mismo día se encontró con una desagradable pintada en su taquilla.
El viaje.
Pasamos cerca de media hora maquinando el plan de ataque que
tendría lugar en diez días. Una vez terminamos, decidimos marcharnos y la
despedí en la puerta con un abrazo interminable.
Iba caminando mientras repasaba el plan hasta que un cuerpo robusto
chocó contra mía y me hizo caer de culo contra la acera. Alcé mi vista y
comprobé asombrada que era mi vecino. Aquél chico rubio que había visto hace
unas horas por la ventana.
—¡Pero si eres la pequeña bailarina! —exclamó tendiéndome la mano
para ayudarme.
Tierra, trágame.
—¿Encantada de conocerte?
—Lo siento, de verdad, no miraba por dónde iba.
—No te disculpes, ha sido mi culpa. Así que viste el baile…
—Como para no verlo. Fue bastante…divertido.
—No era mi intención divertir precisamente, pero bueno. Soy Ery.
—Encantado, yo soy Alejandro, aunque puedes llamarme Álex—un
incómodo silencio hizo que me ruborizase por completo—. Pues nada, cuando
quieras dar otro concierto avísame, que no me lo quiero perder.
—Tendrás pases VIP, no te preocupes. Hasta otra, entonces.
Y sin más el chico continuó su camino y yo el mío. Cuando llegué a
casa mi madre estaba en la cocina, tomándose un café tal y como a ella le
gustaba, agua prácticamente hirviendo con una cucharada de café. Recuerdo que
ella solía usar la expresión "agua-sucia".
—¿Qué tal el día de clase?
—Digamos que movidito. ¿Tú qué tal? —le di un beso en la frente,
como hacía desde que era una enana. Una frente que con el paso de los años y el
estrés se había poblado de pequeños pliegues.
—Movidito también. Tengo algo que decirte—por un momento pensé que
había descubierto que me había saltado clases del instituto—. Me voy de viaje
de negocios.
—¿Otra vez?
—Sí, lo siento. Y sabes cómo son estas cosas…
—¿A dónde esta vez?
—Pekín.
—¿Cuándo sales?
—Mañana. A las seis. No será mucho tiempo, una semana.
—Genial…Al menos despiértame temprano para que pueda despedirme.
—No hace fal
—Despiértame—la interrumpí y subí a mi habitación.
Bajé las persianas y encendí el equipo de música. Sonaba una
canción lenta de Adele, que poco a poco fue inundando la habitación con su voz.
Al encender el portátil comprobé que el blog cada vez era más visitado y la
gente empezaba a dejar más comentarios. Lo que me faltaba era ánimo,
ganas…ilusión.
Quería pasar tiempo con mi madre. La echaba de menos. El trabajo
era importante, y lo entendía, pero el resto de padres tenían tiempo para estar
en casa. Preferiría no tener tanto artilugio moderno, ir a un colegio normal y
poder estar con ella.
Cerré el portátil y me tumbé en la cama mirando a la pared. Me
sentía sola. No debía sentirme así porque tenía los dos mejores amigos del
mundo, pero no podía evitarlo. Como de costumbre, estaba cansada. Miré mi
muñeca derecha y ahí estaba; la cicatriz de errores pasados. En su tiempo
habían existido muchas otras, pero aquella era la única que había dejado
cicatriz. Una delgada línea rosa e irregular, llena de inseguridades.
Tres pequeños toques en el hombro me hicieron despertar. Abrí los
ojos lentamente. La habitación estaba casi a oscuras, aunque entraba un haz de
luz desde el pasillo. Mi madre estaba sentada en el borde de la cama.
—Cariño, me voy—susurró.
—Voy, voy.
—Si no hace falta que te levantes.
De hecho me había despertado de mala gana sabiendo a lo que podría
enfrentarse si se hubiese ido sin avisar. Me levanté torpemente y bajé las
escaleras detrás de ella. Nos quedamos las dos inmóviles frente a la puerta,
mirándonos a los ojos, sin saber qué decir o hacer.
—Te voy a echar de menos.
—Y yo a ti, hija. Tienes dinero en mi habitación, y la nevera está
completamente llena, aunque cocinar no sea lo tuyo. Si tienes algún problema o
pasa cualquier cosa llámame o llama a Gabi, para lo que sea.
—Tranquila, estaré bien.
—Eso espero. El avión sale en poco tiempo, tengo que irme.
Nos abrazamos durante un minuto, sin separarnos. Aunque sólo se iba
una semana, quería quedarme con su olor. No dijimos nada, las dos odiábamos las
despedidas. Le di un largo beso en la frente, un beso de los de andar por casa,
y contemplé por última vez sus ojos avellana antes de que desapareciese junto
con las maletas y la puerta se cerrase.
Me fui a la cocina y llené una taza con leche fría. Me senté en el
sofá y encendí la televisión. No me gustaba aquél silencio, ese silencio que
significa soledad. No echaban nada interesante hasta que en un canal de
dibujitos estaban retransmitiendo capítulos de Pokémon. En el fondo seguía
siendo una niña.
¿Cuánto tiempo he dormido? Cerca de quince horas. El cansancio acumulado tiene que salir por
algún sitio, supongo.
El capítulo era bastante entretenido, servía para no pensar en
nada. Tanto que ni me di cuenta del hambre que tenía. Ni había comido, ni había
cenado. Volví a la cocina y cogí una caja galletas de una alacena que estaba
repleta de pasteles y dulces variados. Muy
sano todo. En la cocina había un enorme reloj negro. Las cinco en punto.
Todavía faltaban cuatro horas. Cuatro horas para verle. Empecé a sonreír
tontamente mientras me comía la última galleta.
Se me van a hacer eternas, pensé. Tiré el paquete vació a la basura y cogí un pequeño portátil
que estaba en la mesa del comedor. No tenía mucho que hacer, y tampoco tenía
ganas de ponerme a leer blogs, así que abrí el primitivo Messenger.
Lo que me esperaba; ningún contacto conectado y tropecientos
correos de publicidad en la bandeja de entrada. Al menos tenía una petición.
Acepté al contacto sin saber quién era. Al momento de hacer click en “aceptar”
apareció su dirección en el apartado para contactos conectados. Ni idea de
quién era. Una conversación nueva apareció parpadeando en naranja. Tampoco voy a tardar mucho en averiguarlo.
B dice: Bú.
Ery dice: Hola… ¿Quién eres?
B dice: Ya te lo he dicho. Soy bu :)
Ery dice: ¿La chica del blog?
B dice: La misma.
Ery dice: ¿Cómo has conseguido mi dirección?
B dice: Está en tu perfil de Blogger.
Vale, ese fallo en seguridad tendría que cambiarlo.
Ery dice: Encantada, entonces. Me gusta mucho tu blog.
B dice: Igualmente. Siento haberte agregado sin preguntar. Pareces
interesante. Tu forma de escribir…molas.
Ery dice: Muchísimas gracias. No me molesta, para nada. Si total, no tenía
nada que hacer.
B dice: Así estamos todos. No son horas de diversión.
Ery dice: Ya, por eso suelo estar dormida a estas horas.
B dice: ¿Insomnio?
Ery dice: Algo así. Duermo, pero a horas poco normales.
B dice: Ánimo, a ver si consigues recuperar el horario pronto.
Ery dice: Eso espero. ¿Y tú qué haces despierta?
B dice: Digamos que mal de amores.
Ery dice: Si quieras…hablar…
B dice: No te preocupes. Si el mal de amores que sufro es que no tengo
amores.
Ery dice: Bienvenida al club, entonces.
B dice: ¿Tú tampoco? Vaya, acabaremos viviendo en un piso con trece
gatos.
Ery dice: No es mala idea, aunque yo todavía no he tenido ni uno.
B dice: Bueno, yo tengo cuatro. Digamos que soy asocial nivel dos.
Ery dice: Yo es que estoy empezando, ya sabes, tengo que entrenarme.
Bu era genial. Te reías con cada comentario que hacía. Hablar con
ella era igual que hablar con una hermana. Había confianza y eso que sólo nos conocíamos
de hace tres minutos. Tal vez fuese una locura. Sólo la conocía de internet,
pero confiábamos la una en la otra. Tenía 19 años. Vivía en el sur, Sevilla
exactamente. Me contó cosas sobre su ciudad. Estaba llena de edificios
antiguos, incluso me enseñó fotos de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
La Giralda se erigía en plena plaza y casi rozaba el cielo. Me describió el
olor a azahar que hay en las calles que,
por un momento, pude oler e incluso saborear.
También estuvimos hablando sobre sus padres. Con su madre se
llevaba a las mil maravillas, pero con su padre solía tener más problemas. En
ese y en muchos otros sentidos éramos muy parecidos. Había pasado por momentos
difíciles, aunque no profundizó mucho en el tema, y todavía no tenía la
suficiente confianza como para ser políticamente incorrecta.
Cuando el reloj marcó las siete y media lo sabíamos prácticamente
todo la una de la otra. Puede que no supiese cómo se llamaba su abuelo, o cuándo era el
cumpleaños de su madre, pero sabía cómo pensaba, cómo funcionaba su cerebro y
lo más importante, sabía cómo funcionaba su corazón. Era distinta a los demás.
En apariencia era una chica normal y corriente, pero al conocerla fui
consciente de que escondía mucho más.
Me recordaba a los cajones que había en casa de mi abuela. Estaban
allí siempre, al lado de la televisión, y al abrirlos guardaban
recuerdos, historias y sentimientos. Me encantaba registrarlos. Sacar
cada cosa y preguntarle a mi abuela por qué estaba allí. Una brújula, una
navaja multiusos y hasta varias insignias de la Cruz Roja que adoraba ponerme
para jugar a los médicos. Qué paciencia
tenía la pobre mujer.
B dice: Bueno, Ery, voy a ir marchándome que mis párpados no pueden más.
Hablamos más tarde.
Ery dice: Descansa.
B dice: Igualmente.
Su nombre desapareció de la lista de contactos cuando todavía
faltaba hora y media para la vita. Quería adelantar el reloj. Que se pasase en
cuestión de segundos. En el fondo iba a pasarse en cuestión de segundos, cinco mil cuatrocientos segundos. Casi nada.
Genial, como siempre :)
ResponderEliminarIncreíble. Me encanta la personalidad de Ery, cosa que creo ya haber comentado.
ResponderEliminarEs una pena que no pueda estar con su mamá, es uuuun rollo. Ah, y bú me cae bien :)
Increible Han :)
ResponderEliminarSigue asi, escribes jodidamente bien <3