¡Primer Concurso!


Poco a poco JCS se está haciendo más grande, y es hora de celebrarlo. Voy a realizar un pequeño concurso, que consta de algunos puntos:

- El premio consistirá en elegir el nombre de un personaje de JCS. Será protagonista o secundario según en la posición que quedes.

- Debes encontrar la imagen de una mariposa azul (igual que la que se encuentra en el lateral) escondida en el blog (ya sea en la sidebar, fondo, páginas, capítulos...).

- Cuando la encuentres se abrirá un formulario que debes rellenar con tus datos para que me ponga en contacto contigo, el nombre del personaje y una pregunta facilita sobre la historia.

- Se elegirá la primera solicitud recibida y cuatro más por sorteo. Dos de los personajes tendrán un papel importante en la trama y tres serán secundarios.

- Si revelas dónde está la mariposa, más gente conseguirá participar y menos probabilidad tendrás de ganar.

- Se aceptarán las solicitudes enviadas antes de las 00:00 del día 16 de Septiembre.

¡Que empiece la caza!

Capítulo 4

Resumen de los capítulos anteriores:
Ery es una chica tímida, a la que le cuesta hacer amigos. No ha tenido una vida fácil, su madre pasa la gran parte del día trabajando y con su padre no habla desde que se marchó de casa. Sus principales pilares son  Hugo y Noa. Otra de sus grandes amigas es Liss, la encargada de la biblioteca, lugar donde Ery pasa casi todas las tardes junto a David, un chico inteligente con el que comparte su pasión por lectura.

Como cada año, el instituto realiza un baile de estilo americano al que acude Ery acompañando a Noa y Hugo decide acompañar a David, ambos convertidos en pareja. En el baile Ery conoce a  un chico, Nick, con el que se queda embobada.



La Piscina.

—No te lo crees ni tú. Bueno, chicos—cogió su plato y sus cubiertos con pequeños restos de chocolate—, yo tengo que irme ya. Tengo que hacer un bicho con cables que sea capaz de levantar diez kilos.
—Eso ya existe, se llama grúa—apostilló Hugo.
—Muy gracioso, cariño, muy gracioso.
Noa se dirigió hacia la barra del bar y se despidió de Jaime. Luego desapareció entre un pequeño grupo de alumnos que hablaban sin parar.
—¿Qué hacemos ahora, preciosa? Y no me digas leer, porque me marcho por donde he venido, eh.
¡Que yo no estoy todo el día leyendo!—en el fondo mi intención era ir a la biblioteca— Podemos ir a la piscina.
—¿Para ver a los vigoréxicos?
—Así nos alegramos un poco la vista.
No es que me gustasen los chicos de natación, pero era lo único que se me ocurrió. Nos levantamos y dejamos nuestros platos en la barra. Salimos al patio por la puerta lateral de la cafetería. Era bastante amplio, con bancos dispersos hasta llegar a una zona de césped que supuestamente no se podía pisar. La piscina estaba en un edificio individual un poco retirado de las clases. El equipo de natación entrenaba casi todo el día e iban a clase por las tardes. Para aprovechar la piscina, durante todo un trimestre de Educación Física se imparten clases de natación obligatorias para el alumnado. Esas clases serían más entretenidas si los monitores no fuesen los integrantes del equipo, personas a las que no tengo mucho aprecio.
Abrimos una pequeña puerta negra metálica que daba paso a una sala en la que podías elegir tres direcciones; una de ellas daba a los vestuarios de chicos, la otra al de chicas y una tercera para acceder a las gradas. Elegimos la última y tras subir bastantes escalones, demasiados para mi gusto, llegamos a las gradas que eran básicamente muchos asientos naranjas apilados unos encima de otros.
Nos sentamos en la primera fila, el vapor de agua aumentaba la humedad del ambiente hasta un punto insoportable, así que cuanto más cerca del suelo estuviéramos, menos calor tendríamos.
Los chicos del equipo estaban fuera del agua, hablando con el entrenador. Todos estaban prácticamente desnudos, sólo iban cubiertos por un pequeño bañador que tapaba lo justo. Ningún chico tenía un cuerpo normal. Todos tenían abdominales y bíceps extremadamente marcados. Era tan artificial que resultaba repulsivo. Aunque a Hugo no le parecía tan repulsivo.
—Te recuerdo que tienes novio.
—Pero me puedo divertir un poco—dijo observando cada cuerpo al detalle.
—¿De verdad eso te alegra la vista?
—¿A ti no te gustan? ¡Pero si parecen sacados de revista!
—Pues que se lo queden las revistas, porque vamos…
—Bah, pero tú siempre has sido una sosa.
Nuestra conversación no avanzó más. No me consideraba tan sosa, simplemente no me gustaban cosas que generalmente suelen gustar. Obviamente me fijo en el físico de las personas, pero según mis cánones. Valoro más unos ojos bonitos que un torso de infarto. Digamos que soy del prototipo esmirriao.
El tiempo pasó lentamente. Ver cómo la gente nadaba era un completo aburrimiento. Acabé jugueteando con el móvil y dándole las gracias al señor que inventó el 3G. Por fin el reloj marcó las once, y digo marcó porque todavía no sé si hay un término exacto para los relojes digitales. El caso es que eran las once y podíamos irnos del instituto. Si te ibas antes de esa hora era necesario llamar a tus padres, y no me hacía mucha gracia la idea.
Volvimos al edificio principal, donde estaba la jefatura y di tres golpes en la puerta del despacho que correspondía al jefe de estudios. No parecía que nadie fuese a abrir la puerta. Segundos más tarde el pomo se giró lentamente y el despacho quedó abierto.
—¿S-Se puede?—pregunté con una voz temblorosa.
—Adelante— una voz profunda y clara inundó la habitación. Procedía de un señor mayor, de unos sesenta y pocos años. Su pelo estaba cubierto de blanco y sus claros ojos azules se escondían tras unas gafas de montura dorada. Nos ofreció asiento con un amable gesto mientras observaba por encima de los cristales graduados. La habitación tenía tonos rojizos en su mayoría y desprendía un profundo olor a papel y tinta. En la esquina había una pequeña máquina de escribir grisácea con una hoja de papel en el rodillo medio escrita, por lo que aquella pieza de coleccionista se seguía usando.
—Queríamos salir del centro. Tengo entendido que antes de hacerlo había que hablar con el jefe de estudios.
—Lo tiene usted bien entendido, señorita. ¿A qué se debe el motivo de su salida?
—No estamos haciendo mucho, las clases se han terminado…
—Está bien, podéis marcharos.
—Gracias señor.
El señor no respondió, simplemente bajó la mirada y se centró en los informes que había sobre la mesa. Hugo y yo nos levantamos con cuidado y salimos cerrando la puerta intentando hacer el menor ruido posible. No había tenido la oportunidad de conocer al jefe de estudios antes de aquél día, aunque por lo que me habían contado esperaba un hombre mucho más sombrío. Me parecía un hombre entrañable, y el hecho de que tuviese una máquina de escribir me gustaba.
Salimos del recinto por la puerta principal. El día era extremadamente caluroso, el simple hecho de andar por la calle molestaba. Empezamos a andar hacia el parque que había visitado antes de ir a clase.
—¿A ti qué tal te va con David?—no paraba de pensar en la conversación que tendría en unos minutos y me estaba poniendo cada vez más nerviosa, así que cambié de tema como pude.
—Muy bien, es un amor de chico. Siempre está pendiente de mi, me cuida. Sabe lo que necesito, y eso que no le pido nada, pero lo sabe sólo con mirarme. Es extraño.
—Extraño y cursi. Muy cursi—pero me gustaba, y lo envidiaba.
—Ya, pero lo cursi es divertido. Hasta cierto punto.
—Supongo, aunque sabes que de este tema no entiendo mucho.
—Hasta dentro de un rato, tú deja que hable con el chico ese—dijo sonriendo.
No dije nada más. Por mucho que le dijese haría lo que le diese la gana, ya le conocía bastante. Giramos tres veces a la derecha, otra a la izquierda y llegamos a la plaza en la que vivía. El edificio más destacable del lugar era una titánica construcción blanca que tenía la función de ayuntamiento. Justo frente a él había una fuente rodeada de flores que cambiaban periódicamente para decorar la plaza de distintos colores. En aquél momento estaba teñida de pensamientos rojos. A la derecha del ayuntamiento se situaba un edificio que hacía esquina con la plaza. En la quinta planta, estaba mi casa.
Saqué una pequeña llave del bolsillo y abrí el portal. Un aire frío acarició mis cabellos. Se agradecía después de la caminata a plena luz del Sol. Pulsé el pequeño botón para que el ascensor bajase e inmediatamente cambió de color a rojo. Medio minuto más tarde las puertas del ascensor se abrieron.
—Joder, no recordaba tu casa tan moderna. Es una pasada—comentó Hugo al entrar—. Eso sí, limpiarla debe ser un horror.
—De hecho, no tanto—cogí el móvil y cuatro pulsaciones más tarde el zócalo de la pared se deslizó para empezar a aspirar la suciedad del suelo.
—Qué nivel. Pero la cama no se hace sola. Sufre, moderna.
Subimos a mi habitación, que afortunadamente estaba arreglada. Hugo se tiró encima de la cama haciendo crujir el somier mientras yo buscaba el número de teléfono.
Siempre lo pierdo todo. Necesito una agenda para saber dónde dejo las cosas, aunque acabaría perdiéndola. Busqué encima de la estantería. Nada. Dentro del archivador. Nada. Cuando ya no sabía dónde buscar recordé el blog, el portátil y el cuaderno azul, que estaba al lado. Lo puse boca abajo y empecé a zarandearlo hasta que el papel doblado cayó en la mesa.
—Aquí está.
Hugo ya no estaba tumbado en la cama, sino mirando por la ventana detenidamente. Me acerqué a él y justo en el edificio de en frente estaba el mismo chico del otro día, pero con otra indumentaria. La diferencia es que esta vez no nos estaba mirando a nosotros. Estaba sentado en la marquesina de la ventana, leyendo.
Hugo, que hasta entonces había permanecido embobado, reaccionó cogiendo el papel fugazmente. Rebuscó en mis bolsillos sin darme tiempo a reaccionar hasta encontrar mi móvil.
—Ya que tienes tantas ganas, podrías usar tu móvil, guapo.
—Es una estrategia. Así guarda tu número y podéis tontear por guasap. Si es que…
Marcó el número de teléfono a toda velocidad, pulsó la tecla de llamada y al segundo empezaron a sonar los pitidos por el altavoz. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Buzón de voz. Aquello fue como una patada en el estómago. Desilusión, tal vez.
—Vamos a intentarlo otra vez, anda—dijo Hugo.
Repitió el proceso de antes. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Y cuando ya lo daba todo por perdido, una voz profunda y clara salió del teléfono.
—¿Sí?



3 comentarios:

  1. Me encanta.
    Sigue escribiendo, llegarás lejos.

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  2. Me he estado leyendo los anteriores capítulos y tenñian continuación, hasta que he llegado a este, tendré que esperar, espero que no mucho, es una bonita historia que va dejándote con la intriga. Sigue así.

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  3. Eh. Pues a mí me ha llamado la atención el chico de la ventana que lee. Y me ha recordado a un videoclip de Taylor xDDD.

    No sé.. tal vez Nick no sea lo que espere Ery en verdad, ¿o qué?. e_é

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Los comentarios animan a seguir escribiendo, y sólo se tarda un minutillo en escribirlo. :3